Las malas prácticas del pasado —sí, aquellas que crees haber dejado atrás— están siempre al acecho. Basta un momento de debilidad, frustración o confusión para verlas resurgir y tomar el control.
Aunque el proyecto en el que estoy trabajando va viento en popa, estos últimos días me sentí abrumado por la cantidad de compromisos que estoy adquiriendo con gente que admiro y respeto. Esto despertó en mí algunos de mis peores rasgos: impaciencia, mal humor y la necesidad de controlar hasta el último detalle. Me puso en modo overdrive, intentando resolver o perfeccionar temas que ni al caso venían.
Hizo falta un momento de parar, de hacer recolecta, como dice Raúl Romero, para darme cuenta de que, en realidad, lo que sentía era insuficiencia. Vi con claridad que llevaba días imaginando escenarios catastróficos en los que mi incompetencia nos llevaba al fracaso absoluto. Incluso soñé con mi síndrome del impostor, personificando a esa parte de mi psique que no me cree suficiente para estar sentado a la mesa con la gente chingona con la que estoy trabajando. Me reí de mí mismo.
"¿No que muy iluminadito?"
Luego me miré de nuevo, esta vez con compasión. Estoy haciendo muchas cosas por primera vez, entre ellas, trabajar a título personal, no en representación de alguien más. Estoy participando en la creación de un modelo que busca evolucionar la manera en que las personas conectamos y formamos comunidades. Y quiero hacerlo generando valor para todos los involucrados. Y quiero hacerlo rápido. Y quiero hacerlo bien. Y quiero divertirme en el proceso.
Son muchas cosas cuyo resultado final no controlo.
Pero ¿quién mejor para hacerlo que el equipo del que soy parte? ¿Qué mejor momento para hacerlo que ahora? Y, especialmente, ¿qué mejor razón para hacerlo que la misión de mejorar la vida de las personas?
Detrás de nuestros grandes miedos están las enseñanzas más valiosas. Esta semana aprendí que mi miedo a fallar tiene la capacidad de regresarme comportamientos que creía superados o, al menos, controlados.
Tuve la fortuna de ver ese miedo a los ojos y hacer las paces con el hecho de que no tengo control sobre el futuro.
Pero sí sobre mi trabajo, mi compromiso y mi integridad.
Y no ha habido una sola ocasión en mi vida en la que, estando realmente comprometido con algo, las cosas hayan salido mal. Solo diferentes a lo que esperaba.
Guau Flaquito! Eché mis barbas a remojar.
Gracias por recordármelo!