Hoy pienso en todo lo que estamos dispuestos a hacer para ganar. Está en nuestra naturaleza. Nuestros cerebros, emociones y espíritus añoran la victoria.
¿Quién no lo ha sentido? El gol en el último minuto. La última palabra en una junta. La firma del deal que tomó 8 meses cerrar. Te sientes invencible. La postura cambia, el ánimo se dispara. Yo he sentido que corro más rápido después de una victoria.
Esta semana, Hilda, mi esposa, está en “El Simulador” de su maestría. Un rito de paso que todos los que hemos estado ahí recordamos como uno de los momentos más estresantes y gratificantes de esos dos años de estudio.
El Simulador es un juego sofisticado: tú y tu equipo deben usar sus habilidades para sacar adelante una empresa golpeada por problemas reales—demanda irregular, costos inesperados, intereses altos. Enfrentas un consejo de administración, negocias con bancos, lidias con un sindicato. Al final, lo que realmente determina el éxito no es ser un gran financiero o un experto en logística. Es la capacidad de trabajar en equipo y la resiliencia ante la adversidad.
¿Suena familiar?
A pesar de su complejidad, El Simulador es solo un juego. La prueba está en el premio: un mini trofeo, idéntico al que le darían a un niño de 8 años en una carrera de costales. Pero en el momento, nadie lo ve así.
Los participantes se desgastan, discuten, sacan resentimientos y traumas. Hay enojo, esperanza, vergüenza, júbilo, dolor. No importa cuál sea el premio, hay que ganar.
¿Qué juegos estás jugando?
Desde que viví El Simulador, he caído en cuenta de que hay muchos simuladores en la vida. En realidad, jugamos constantemente. Invertimos nuestra salud física y mental, nuestras relaciones más queridas, nuestra paz interior… todo por ganar.
Si todos son juegos, más vale que escojamos bien cuáles jugar.
Más vale que no dejemos que otros los elijan por nosotros. Más vale que pongamos reglas claras para no sacrificar más de lo que estamos dispuestos a perder. Porque algunos juegos nunca se ganan. Cuando el premio es dinero o estatus, la cima siempre se mueve.
"Play stupid games, win stupid prizes."
No te equivoques: todo es un juego. El error es creer que para ganar, alguien más debe perder. Como dice Simon Sinek en The Infinite Game, el juego es infinito.
Ganas cuando logras quedarte en el tablero. Pierdes cuando te sales—por burnout, daño reputacional o ruina.
Recuerda esto la próxima vez que te sientas presionado por "ganar a toda costa".
Muy interesante el enfoque, le da ritmo a la vida